Desarrollo histórico del Personal Branding (I)

Antes de la revolución tecnológica, si bien no existía el concepto de Personal Branding como tal, ya existían ciertas normas o pautas de comportamiento que se transmitían en la educación y cuyo propósito principal era el de proyectar una imagen correcta de uno mismo de acuerdo con la clase, posición social o el sexo de la persona, y según los estándares de la época.

En las personas anónimas, la gran mayoría que conforma la sociedad, el uso del “Marketing personal” se limitaba al seguimiento de un protocolo y de ciertas normas de educación, como ya se ha mencionado anteriormente. Dentro de ese protocolo se encontraba el tipo de vestimenta o la elección de las relaciones personales, es decir, decidir con qué clase de personas querían relacionarse. Esto determinaría en cierto modo su forma de ser, reflejando sus propios valores.

Sin embargo, lo que podríamos denominar como “Marketing personal” se encuentra realmente en las personalidades públicas, como políticos, aristócratas o más avanzados en el tiempo, artistas famosos, especialmente músicos o actores. Ya en la Antigua Roma, concretamente en la República romana, los senadores y los pretores eran conscientes de la importancia que tenía el dar una buena imagen de sí mismos a sus súbditos.

El emperador Cayo Julio César, durante su guerra contra la Galia, retransmitía por correspondencia sus conquistas a Roma, de manera que siempre se hablaba de él en la capital del Imperio, aún cuando éste no estuviese. De esta forma, el emperador Cayo consiguió una imagen de gran político y de hombre victorioso, representando lo mejor de la ciudad. Tras la muerte de Cayo César, le sucedió su sobrino nieto Cayo Octaviano, quien decidió cambiarse el nombre por el de su tío, asociándose de esta forma con los éxitos y victorias de su predecesor, así como el prestigio de éste, consiguiendo la lealtad de políticos, aliados y ciudadanos.

Durante diferentes épocas, los monarcas, aristócratas y más adelante los burgueses, se preocuparon por ofrecer una buena imagen de sí mismos. Sus pretensiones eran las de no pasar desapercibidos, convertirse,aunque sea durante un tiempo, en el tema de conversación de sus iguales, consiguiendo la fama, si bien de manera positiva. Para ello, organizaban eventos, fiestas y bailes en los cuales se relacionaban y lucían sus mejores vestimentas para proyectar esa imagen positiva. Acudían al teatro o a la ópera, un entretenimiento considerado por aquel entonces (e incluso en la actualidad, si bien hoy en día no es tan exclusivo) propio de personas refinadas, cultas y poseedoras de cierto estatus social.

Pero ese “Marketing personal” no solo se encontraba en los lugares que usualmente frecuentaban. Su manera de actuar, tanto el lenguaje corporal como el verbal, carecía de espontaneidad. La forma de moverse, de gesticular, de mirar, el uso de las palabras y la tonalidad que se les diese a éstas, estaban condicionadas por el contexto social y el entorno en el que se encontraban pues, especialmente en el caso de las mujeres, debían demostrar cierta exquisitez en sus modales y alardear de su refinada educación.

Ya a finales del siglo XIX y en el XX, con la creación del cine, los actores y músicos se convertían en las personalidades públicas más influyentes en la sociedad de la época. Éstos acudían a inauguraciones, a los estrenos de sus propias películas, a programas de televisión, no solo a promocionar su trabajo sino a promocionarse a ellos mismos, realizaban comerciales…, es decir, se trataba de artistas prácticamente omnipresentes. Muchos de ellos incluso daban un paso más en su carrera profesional, como es el caso de Elizabeth Taylor, quien en 1968 se convirtió en la primera actriz en crear su propia línea de moda.

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